Te has preguntado: ¿cuál es el sentido de la vida?, ¿para qué nacimos?, ¿de dónde venimos?, ¿a dónde vamos?, ¿para qué vivir si nos vamos a morir?, ¿es verdad que hay vida después de la muerte?, ¿tenemos un alma?, ¿dicha alma es inmortal?, ¿seremos como los animales que mueren y no existen más?, ¿es verdad hay cielo e infierno?, ¿todo acaba con la muerte?, etc., etc...
Estas preguntas más que curiosidad, son interrogantes que a todos nos pasan por la cabeza y nos interpelan a ''ir en busca de la Verdad'', estas dudas o cuestiones siempre invaden nuestra mente, y más en los momentos en que estamos a solas y en el silencio. Pero la mayoría de veces tenemos miedo de afrontarlas y buscarle las respuestas, ya que nos resignamos a sólo "vivir por vivir", porque "nacimos y ya", nos abandonamos a la triste idea de "vivir el momento y nada más", cerramos los ojos a la realidad y decidimos vivir con una esperanza pasajera, entregándonos de lleno a lo que el mundo nos ofrece, nos entregamos a cosas vanas pero que no dan la paz y la felicidad verdadera que nuestra alma desea, al contrario, cuando nos entregamos sólo a las cosas de este mundo nuestra vida se torna vacía, insípida, sin sentido, vivimos como en un círculo que nos envuelve en esperanzas efímeras mezcladas con problemas, angustias, miedos, tristezas y depresiones, tanto así, que dichos sinsabores lamentablemente llevan a muchas personas a pensar y hasta quitarse la vida (suicidio).
¡Pero no!, la vida es más que esto, si no hubiese vida eterna como Dios la ofrece y si no pudiésemos alcanzar la plenitud y paz interior auténtica en esta tierra, entonces la vida no tendría sentido, vana sería nuestra existencia en esta tierra, triste y vana nuestra esperanza si no apuntáramos a lo eterno ─pues nuestra alma tiene sed de plenitud y eternidad─. No hablo de una utopía, de algo ficticio o irrealizable, sino de la Verdad (cfr. Jn 14, 6; Jn 8, 31-32) que hace libre al hombre y que le da verdadero sentido a su vida. Y este sentido y esta felicidad verdadera se haya solamente en Dios, quien nos ha creado por amor y sabe cuál es nuestro fin, pues como diría san Agustín: «nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti». Es decir, nuestro fin es Dios mismo, nuestro creador: en Él, en su Palabra, en su voluntad, en su plan de salvación haya sentido nuestra existencia, y sólo viviendo en Él y según Él podremos alcanzar la plenitud de vida, la felicidad verdadera y la vida que no tiene fin ─la vida eterna─.
«Porque quien quiera salvar su vida, la perderá; pero quien pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará. Pues ¿de qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si arruina su vida? Pues ¿qué puede dar el hombre a cambio de su vida?» (Mc 8,35-37)Dios se nos ha revelado en Cristo, y Éste ha muerto y resucitado para salvarnos, Cristo es nuestra esperanza (cfr. 1 Co 15, 19; 1 Ts 1, 3) y nuestra paz (cfr. Ef 2, 14). La vida sólo encuentra su verdadero sentido en Dios. Sólo en el camino de la conversión se experimenta el verdadero gozo y consuelo que nuestra alma busca (cfr. Jn 16, 22.24; 15, 11).
Pidamos a Dios la gracia de conocerlo y de morir al pecado, amándole y sintiéndonos amados por Él sobre todas las cosas, y entonces encontraremos la felicidad verdadera y tendremos esperanzas de vida eterna. ¡Vivamos la alegría del Evangelio!
· Dedica tiempo diariamente a solas con Dios para reflexionar y hablar con Él (orar).
· Medita diariamente la Palabra de Dios (cfr. Sal 1, 1-2). Ella te enseñará lo que tienes que hacer.
· Acércate a vivir los sacramentos. La Confesión y la Eucaristía vividos con fe serán tu fortaleza espiritual.
· Practica obras de misericordia con tu prójimo y serás feliz.
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